jueves, 22 de marzo de 2012

OPINIÓN

EL PODER SIMBÓLICO Y EL ESPACIO SOCIAL


"La vida social debe ser explicada, no por la concepción de los que participan en ella, sino por las causas profundas que se encuentran fuera de la conciencia”
Durkheim


Muchas obras del autor Pierre Bourdie, entre las que están Crítica a la Cultura, Violencia simbólica, y Poder simbólico, han sido parte fundamental en los estudios sociales del siglo XX y XXI. Constructos que lo han llevado a posicionarse como uno de los más polémicos y grandes sociólogos, nacido en el seno de Francia Moderna.

Su legado científico, es parte fundamental para investigadores, profesores y estudiantes del campo de las ciencias sociales. Sin duda alguna, un esfuerzo inacabado de la construcción de conocimientos de la realidad del mundo social. 

La obra bourdiana está marcada esencialmente, por la acumulación originaria de capital cultural existente en los años cincuenta del siglo pasado. Es un esbozo corporal de teorías desarrolladas en el proceso mismo de su producción y por ello es un componente fundamental por excelencia, del análisis social, a través del ejercicio práctico de presupuestos, hipótesis, nociones y conceptos. 

El trabajo de éste científico, ha demostrado que las respuestas a la preguntas que se plantea la ciencia de lo social, sólo pueden ser encontradas poniendo en evidencia la capacidad de estas, para develar de manera práctica la inversión articulada del pensamiento y las sensibilidades. Estos últimos cristalizados en el cuerpo de los agentes productores de conocimiento del mundo de lo social, y cuerpo entendido como la encarnación de la objetividad a través de los procesos de socialización y representación. 

El trabajo del Autor en su obra, es el de hacer ver y resaltar los componentes que define la estructura social del mundo en el que está históricamente situado. De allí su tarea de Mostrar ese espacio a través del descubrimiento de los microcosmos sociales o campos que los constituyen haciendo uso del capital específico disponible. 

Por todo ello, el dominio del vinculo estructural de esa triada conceptual Hábitus, Campo, Capital, es en la obra de nuestro autor, la clave que abrirá la posibilidad de usar con rigor el método de análisis de lo social, procedimiento que Pierre desarrolló y puso extensamente en la practica durante toda la mitad del siglo XX en gran parte de Europa.

La gran apuesta de Bourdieu aparece en su enfoque de comprensión del mundo invertido. Las versiones de lo preponderante en su época exponiendo el lugar ocupado por la articulación objetivo y subjetivo contenido en la noción de hábitus, sin olvidar e indagando en el lado oscuro de las representaciones de los agentes y otros posicionamientos netamente importantes como lo son las nociones de campo y capital. 

Cabe aclarar que para Bourdieu, el Hábitus es la tendencia de obrar, pensar y salir. Una posición que toma el agente en la estructura social. Es decir, la realidad tiene un significado fundamental y es una estructura de relevancia para los seres humanos. 

Las afinidades del Hàbitus, se encaminan a la experimentación de la simpatía y la antipatía y son la base de todas las formas de cooptación: Amistades, amores, matrimonios, asociaciones, y así sucesivamente en todas la relaciones. En este orden de ideas, este concepto enmarca y describe las estructuras mentales que adoptamos para aprehender el mundo de lo social. 

El campo para el escritor es el espacio social, que se crea gracias a la valoración que se le da a los hechos históricos como el arte, la ciencia, la religión, la política entre otros que, en otras palabras son los sistemas simbólicos o estructura estructurantes. 

Cabe resaltar que este espacio se construye de forma que los agentes ocupan un espacio social, lo cual les permite desarrollar posiciones similares o afines y se colocan en condiciones análogas, sometidos a condicionamientos, lo que hace que existan unos intereses similares. En otras palabras espacio social igual a espacio geográfico.

El autor describe que en ese espacio geográfico, existen las llamadas estrategias de condescendencia, que son las emanadas de las relaciones estratégicas mediante las cuales los agentes que ocupan una posición superior en uno de las jerarquías de espacio simbólico. Jerarquías que permiten algunos beneficios entre ellos el del reconocimiento. 

Igualmente el autor concibe que esos espacios o campos están ocupados por agentes que poseen distinto hábitos, los cuales los han llevado a la posesión de distintos capitales, se consiguen a través de una lucha o competencia tanto por los recursos materiales como simbólicos del campo. Estos capitales, aparte del capital económico, están formados por el capital cultural, el capital social y por cualquier tipo de capital que sea percibido como natural, en este orden de ideas la agrupación de los anteriormente mencionados los denomina capital simbólico. 

En palabras de Bourdieu “Allí en donde cualquier capital poseído puede en determinada correlación de fuerzas convertirse en un capital simbólico y pasar de ser una relación de fuerza a una relación de sentido, que funcione a si como un poder simbólico”

Por otro lado, algo fundamental para el autor es su postura crítica de la cultura, evidenciando que ésta no es más que una forma de dominación oculta o tácita, a la que denominó complicidad ontológica entre el campo y el hábitus. Esta posición conlleva a deducir que todos deberían tener igual acceso a la cultura misma. 

Finalmente, se puede concluir que el poder simbólico es un poder invisible que tantaliza o aliena al agente que en complicidad lo ejerce, lo ejecuta, o lo padece. Es un poder inconsciente que toma en cuenta la situación de los sistemas simbólicos, los cuales estipulan las formas de acción.

En este sentido el autor clarifica los sistemas simbólicos como instrumentos de conocimiento y comunicación que ejercen el poder estructurado, comprendido como un poder institucionalizado. 

Para el autor los símbolos, no son más que constructores de realidades que determina un orden inmediato en el mundo. Específicamente del mundo social. De esta manera los símbolos son herramientas de integración social, a partir del conocimiento y comunicación impartida por ellos. 

Arguye en definitiva, que los símbolos o reproducciones simbólicas como métodos de dominación se originan desde las clases dominantes, que se sirven de la ideología para mantener y controlar su hegemonía basada en intereses particulares enmascarados del bien común. 

Por último, cabe destacar la función del Estado como institución del monopolio de la violencia simbólica, es decir, que a través de él se puede ejercer el máximo de imposición de una visión de mundo determinada sobre el resto de la población, y funciona también como regulador de las luchas por obtener poder simbólico dentro de la sociedad, siendo a la vez el objeto principal de ellas.



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