jueves, 29 de agosto de 2013

Paro Nacional

Hecatombe Anunciada

Hace poco el gobierno volvió a meter la pata cuando dijo que “no hay tal paro nacional”, sino movilizaciones focalizadas. Horas más tarde, el presidente apagó un poco el incendio y moderando el discurso, afirmó que los reclamos e indignación eran justos. Ya era tarde, la gente estaba en la calles.

El país está paralizado y de eso no hay duda. La gente ha salido a protestar y ha demostrado que solo basta una frase detonante para hacerse sentir. El actual Paro Nacional que está sustentado –en alguno de los casos- en las condiciones de desigualdad frente a lo que los sectores rurales producen en comparación con las importaciones favorecidas por los tratados de libre comercio (TLC), deja entrever que ahora si hay un país más solidario y con una memoria más fresca.

Los cafeteros de caldas protestan porque el gobierno les ha incumplido; en Nariño, Cundinamarca y los santanderes, los campesinos y ciudadanía en general se han sumado a las protestas por diferentes y similares motivos; y los paneleros del Valle se suman también a participar con su propio paro.

Este fin de semana el presidente volvió a meter la pata cuando dijo que “no hay tal paro nacional”, sino movilizaciones focalizadas, y que “tacaban burro” quienes creían que los iban a poner en contra de los campesinos. Horas más tarde, el presidente apagó un poco el incendio y moderando el discurso comentó que los reclamos e indignación eran justos y que “el gobierno estaba haciéndole frente” a la hecatombe. Era tarde, la gente estaba en la calles.

Por su parte, el gobierno -como saben- tiene mesas regionales, pero aunque se solucionen las dificultades por regiones y sectores, lo que se evidencia en los últimos días es que hay problemas de fondo, estructurales y de vieja data; donde confluyen factores como la concentración de la tierra, la pobreza, la inequidad, la violencia y un abandono inminente del Estado con el país y con los sectores afectados. 

Las preguntas son: ¿cuál es el trasfondo de las protestas? ¿Por qué confluyen tantos sectores con disímiles y similares intereses y reclamos? ¿Se podrá poner en marcha una reforma estructural para el campo?

Primero lo que se tiene que hacer es reconocer la gravedad de la situación, pues este no es un problema como lo intenta hacer ver el gobierno; estamos ante un problema muy espinoso. No solo el problema agrario. También hay un paro minero que lleva más de un mes y que no tiene la remota intención de suspender; sumado al paro camionero. Es decir, como primer punto, fundamental es reconocer la magnitud de lo que está pasando. Lo segundo es que las causas en todos estos acontecimientos son cuestionables -quizá lo más importante-, razón por la cual, deberíamos todos ponernos de acuerdo en que hay causas profundas que vienen de antaño y son reclamos viejísimos y razonables.

En el caso de los mineros, llevan a lo sumo 3 años hablando de este paro en el que por fin están. En el caso de los camioneros, cabe recordar, que todo empezó principiando el gobierno del actual presidente. Y en el asunto del agro ni se diga. Caso de vieja data.

Esta es una hecatombe anunciada. El problema al final es: ¿qué hacer? En lo inmediato el gobierno debe sentarse con los compatriotas y conciudadanos, con todo el respeto, a buscar maneras de acordar transformaciones a estas urgencias latentes.

Sin embargo, en este asunto hay que re-pensar fórmulas de corto, mediano y largo plazo, respaldas por decisiones técnicas-integrales. ¿La razón? Lo que hay es un problema estructural en los tres casos. En el caso del agro, pues evidente que hay un problema estructural; el agro colombiano viene desapareciendo. Pero la pregunta es para los colombianos mismos: ¿queremos que en Colombia haya agro o no? Si queremos que haya agro lo más recomendable es tomar disposiciones. Combatir el espasmo. Es decir, salir a las calles, defender nuestros derechos y los de nuestros campesinos, exigir por una Colombia soberana que está cansada de no tener ni su propio alimento. Participar democráticamente.

Un país que no cultiva su propio alimento es un país esclavo, vedado, muerto. Pero este no es solo el problema, es el síntoma. Lo que es cierto, es que este gobierno y sus antecesores han pretendido que el agro colombiano vaya desapareciendo y que los campesinos sean absorbidos por la industria en las ciudades. Industria que en otras palabras no existe y que también se está viendo afectada por los TLC.

Un fenómeno nuevo en Colombia es que los mismos empresarios se están quebrando. Gran parte de los paperos que están en paro son empresarios;  los del café son empresarios; los del sector lechero son empresarios. Es decir, con tanto TLC se está quebrando todo el mundo. Hasta los más pobres.

Este es un problema estructural. Y el gobierno no le ha dado la cara como debería ser. De hecho, se ha creado cierta discrepancia con eso de las ventanas de negociación del gobierno. Como siempre paños de agua tibia. En resumidas cuentas, hay una ventana en Nariño, otra en Boyacá, otra en otro lado, en fin. Esta enorme dificultad que está viviendo el país debería transformarse en una verdadera oportunidad para construir un gran consenso sobre el desarrollo rural. Aquí no solamente es el campesino –que de hecho viene mal hace mucho tiempo- , sino que se le suma también que los empresarios del campo están padeciendo una situación compleja. Ni que hablar de la gente que no tiene que comer y no sabe que lo que se come lo cultivan y fabrican otros países, a costa de quebrar los compatriotas.

La tarea es construir un gran consenso sobre el desarrollo rural en Colombia. Esta dificultad debe convertirse en una oportunidad. Valdría la pena que el gobierno convocara a los campesinos, a sus dirigentes, convocar a los gremios, a los de la coalición tanto como a los de la oposición, la academia y demás organizaciones, para conversar en una gran mesa y evaluar el futuro de los sectores rurales en este país.

Porque esas negociaciones dispersas por todo el país probablemente van a resolver algunas dificultades inmediatas. Pero ha demostrado la evidencia que eso a la vuelta de unos meses, se destapan otros y otros problemas y no se resuelven las molestias de fondo. Ahora, hay unos tratados de libre comercio (TLC) firmados, por tal razón hay que diagnosticar y evaluar cómo eso está afectando negativamente a los campesinos. A los ciudadanos en general. Al país entero.

La premisa es que hay que generar un gran diálogo, similar al “Sancocho Nacional” que alguna vez Jaime Bateman en su época promovió, como diálogo de problemáticas para definir políticas estructurales que resuelvan problemas estructurales -que evidentemente están a la vista-.

¿Queremos que exista o no agro? Está claramente definido -hace muchísimos años-. No queremos. Ese queremos no se refiere a nosotros personalmente, se refiere a los gobiernos de Colombia que aconsejados por las misiones norteamericanas ha pretendido desaguar el agro. Acabar con el campesino. La idea globalizadora de que vivamos de la minería y otros recursos forma parte hace mucho de la División Internacional del Trabajo que ve en estos países tropicales, -no solo Colombia-, un músculo fuerte para producir materias primas, productos minerales y petroleros.

Si hay la decisión política, hay posibilidades de replantear. El problema es que las voluntades no existen porque los poderes que hay son monstruosos. El sentido común diría que es inverosímil sacar territorios de la producción porque Colombia misma puede terminar en una hambruna, empero los negociantes no piensan así. Entonces en lo que están, es desplazando a la gente porque Estados Unidos quiere quedarse con el agro. Argentina y Brasil deben estar nerviosos, pues el país del norte ascendió su cifra de beneficios agrícolas de US$50.000 millones a US$90.000 millones al año. ¿Qué es lo que está anunciando ese país con esta medida? Que se va a quedar con el agro.

Entonces, la decisión que finalmente Colombia debe tomar es: ¿queremos que haya agro, si o no? 

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