Hecatombe Anunciada
Hace poco el
gobierno volvió a meter la pata cuando dijo que “no hay tal paro nacional”,
sino movilizaciones focalizadas. Horas más tarde, el presidente apagó un poco
el incendio y moderando el discurso, afirmó que los reclamos e indignación eran
justos. Ya era tarde, la gente estaba en la calles.
El país está paralizado y de eso no hay duda. La gente ha
salido a protestar y ha demostrado que solo basta una frase detonante para
hacerse sentir. El actual Paro Nacional que está sustentado –en alguno de los
casos- en las condiciones de desigualdad frente a lo que los sectores rurales
producen en comparación con las importaciones favorecidas por los tratados de
libre comercio (TLC), deja entrever que ahora si hay un país más solidario y
con una memoria más fresca.
Los cafeteros de caldas protestan porque el gobierno les
ha incumplido; en Nariño, Cundinamarca y los santanderes, los campesinos y ciudadanía
en general se han sumado a las protestas por diferentes y similares motivos; y los
paneleros del Valle se suman también a participar con su propio paro.
Este fin de semana el presidente volvió a meter la pata
cuando dijo que “no hay tal paro nacional”, sino movilizaciones focalizadas, y que
“tacaban burro” quienes creían que los iban a poner en contra de los
campesinos. Horas más tarde, el presidente apagó un poco el incendio y
moderando el discurso comentó que los reclamos e indignación eran justos y que “el
gobierno estaba haciéndole frente” a la hecatombe. Era tarde, la gente estaba en la calles.
Por su parte, el gobierno -como saben- tiene mesas regionales, pero
aunque se solucionen las dificultades por regiones y sectores, lo que se
evidencia en los últimos días es que hay problemas de fondo, estructurales y de
vieja data; donde confluyen factores como la concentración de la tierra, la
pobreza, la inequidad, la violencia y un abandono inminente del Estado con el
país y con los sectores afectados.
Las preguntas son: ¿cuál es el trasfondo de las
protestas? ¿Por qué confluyen tantos sectores con disímiles y similares
intereses y reclamos? ¿Se podrá poner en marcha una reforma estructural para el
campo?
Primero lo que se tiene que hacer es reconocer la
gravedad de la situación, pues este no es un problema como lo intenta hacer
ver el gobierno; estamos ante un problema muy espinoso. No solo el
problema agrario. También hay un paro minero que lleva más de un mes y que no
tiene la remota intención de suspender; sumado al paro camionero. Es decir,
como primer punto, fundamental es reconocer la magnitud de lo que está pasando.
Lo segundo es que las causas en todos estos acontecimientos son cuestionables -quizá
lo más importante-, razón por la cual, deberíamos todos ponernos de acuerdo en que hay
causas profundas que vienen de antaño y son reclamos viejísimos y razonables.
En el caso de los mineros, llevan a lo sumo 3 años
hablando de este paro en el que por fin están. En el caso de los camioneros, cabe recordar, que todo empezó principiando el gobierno del actual presidente. Y
en el asunto del agro ni se diga. Caso de vieja data.
Esta es una hecatombe anunciada. El problema al final es:
¿qué hacer? En lo inmediato el gobierno debe sentarse con los compatriotas y
conciudadanos, con todo el respeto, a buscar maneras de acordar
transformaciones a estas urgencias latentes.
Sin embargo, en este asunto hay que re-pensar fórmulas de corto,
mediano y largo plazo, respaldas por decisiones técnicas-integrales. ¿La razón? Lo
que hay es un problema estructural en los tres casos. En el caso del agro, pues
evidente que hay un problema estructural; el agro colombiano viene
desapareciendo. Pero la pregunta es para los colombianos mismos: ¿queremos que
en Colombia haya agro o no? Si queremos que haya agro lo más recomendable es
tomar disposiciones. Combatir el espasmo. Es decir, salir a las calles,
defender nuestros derechos y los de nuestros campesinos, exigir por una Colombia
soberana que está cansada de no tener ni su propio alimento. Participar
democráticamente.
Un país que no cultiva su propio alimento es un país
esclavo, vedado, muerto. Pero este no es solo el problema, es el síntoma. Lo
que es cierto, es que este gobierno y sus antecesores han pretendido que el
agro colombiano vaya desapareciendo y que los campesinos sean absorbidos por la
industria en las ciudades. Industria que en otras palabras no existe y que también
se está viendo afectada por los TLC.
Un fenómeno nuevo en Colombia es que los mismos
empresarios se están quebrando. Gran parte de los paperos que están en paro son
empresarios; los del café son
empresarios; los del sector lechero son empresarios. Es decir, con tanto TLC se
está quebrando todo el mundo. Hasta los más pobres.
Este es un problema estructural. Y el gobierno no le ha
dado la cara como debería ser. De hecho, se ha creado cierta discrepancia con
eso de las ventanas de negociación del gobierno. Como siempre paños de agua
tibia. En resumidas cuentas, hay una ventana en Nariño, otra en Boyacá, otra en
otro lado, en fin. Esta enorme dificultad que está viviendo el país debería
transformarse en una verdadera oportunidad para construir un gran consenso
sobre el desarrollo rural. Aquí no solamente es el campesino –que de hecho
viene mal hace mucho tiempo- , sino que se le suma también que los empresarios
del campo están padeciendo una situación compleja. Ni que hablar de la gente
que no tiene que comer y no sabe que lo que se come lo cultivan y fabrican
otros países, a costa de quebrar los compatriotas.
La tarea es construir un gran consenso sobre el
desarrollo rural en Colombia. Esta dificultad debe convertirse en una
oportunidad. Valdría la pena que el gobierno convocara a los campesinos, a sus
dirigentes, convocar a los gremios, a los de la coalición tanto como a los de
la oposición, la academia y demás organizaciones, para conversar en una gran
mesa y evaluar el futuro de los sectores rurales en este país.
Porque esas negociaciones dispersas por todo el país
probablemente van a resolver algunas dificultades inmediatas. Pero ha
demostrado la evidencia que eso a la vuelta de unos meses, se destapan otros y
otros problemas y no se resuelven las molestias de fondo. Ahora, hay unos
tratados de libre comercio (TLC) firmados, por tal razón hay que diagnosticar y
evaluar cómo eso está afectando negativamente a los campesinos. A los
ciudadanos en general. Al país entero.
La premisa es que hay que generar un gran diálogo,
similar al “Sancocho Nacional” que alguna vez Jaime Bateman en su época
promovió, como diálogo de problemáticas para definir políticas estructurales
que resuelvan problemas estructurales -que evidentemente están a la vista-.
¿Queremos que exista o no agro? Está claramente
definido -hace muchísimos años-. No queremos. Ese queremos no se refiere a
nosotros personalmente, se refiere a los gobiernos de Colombia que aconsejados
por las misiones norteamericanas ha pretendido desaguar el agro. Acabar con el
campesino. La idea globalizadora de que vivamos de la minería y otros recursos
forma parte hace mucho de la División Internacional del Trabajo que ve en estos
países tropicales, -no solo Colombia-, un músculo fuerte para producir materias
primas, productos minerales y petroleros.
Si hay la decisión política, hay posibilidades de
replantear. El problema es que las voluntades no existen porque los poderes que
hay son monstruosos. El sentido común diría que es inverosímil sacar
territorios de la producción porque Colombia misma puede terminar en una
hambruna, empero los negociantes no piensan así. Entonces en lo que están, es
desplazando a la gente porque Estados Unidos quiere quedarse con el agro.
Argentina y Brasil deben estar nerviosos, pues el país del norte ascendió su
cifra de beneficios agrícolas de US$50.000 millones a US$90.000 millones al año.
¿Qué es lo que está anunciando ese país con esta medida? Que se va a quedar con
el agro.
Entonces, la decisión que finalmente Colombia debe tomar
es: ¿queremos que haya agro, si o no?
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